El relato del pasado ya no toma la forma de lo que Michel Foucault denominara “Historia de la soberanía”, como tampoco exactamente de lo que éste habrá de llamar “Contrahistoria”. A partir de 1945, es posible apreciar un uso de la memoria en la que el relato histórico no se enmarca en la celebración de victorias, en la honra a los héroes guerreros, y tampoco toma la forma de una memoria contrahistorica, en el sentido de aquella forma de memoria que cuenta las desdichas y penurias de quienes no poseen el poder; memoria/historia que devela las trampas y tergiversaciones del poder; sino que se centra en el recuerdo de la víctima no sólo objeto de injusticia, sino de algo más o distinto: objeto del Mal Absoluto. Memoria no del combatiente que a pesar del esfuerzo es vencido por el enemigo en un enfrentamiento de fuerzas desiguales y quizás injustas, sino del hombre sin rostro e incluso sin nacionalidad que en su condición de mero viviente es objeto del más absoluto de los males. Nos preguntamos: ¿Por qué esta clase de memoria? ¿A qué responde? ¿Cómo es qué emerge? ¿Cuáles son sus condiciones históricas de posibilidad? En el presente trabajo indagaremos acerca de las condiciones históricas de posibilidad de constitución de esta memoria, para lo cual analizaremos, por un lado, la forma específica de violencia del siglo XX, y por otro, la relación entre dicha memoria contemporánea y la forma especifica que asume lo político en el siglo XX.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)