Parece evidente que la discusión en torno a la categoría de “biopolítica” se ha intensificado en las últimas décadas como intento de comprender la lógica profunda de las recientes e inéditas derivas sociales, culturales y políticas del mundo contemporáneo.
Desde la vida individual a la vida social, desde el cuerpo tecnológico al cuerpo social, nada escaparía a esta sutil y penetrante tendencia. No en vano en su obra Homo sacer Agamben, siguiendo ciertos desarrollos de Foucault y Arendt, considera que la política moderna no es sino una biopolítica, esto es, una gestión normalizadora del cuerpo centrada tanto en el ámbito individual como en el de la población que, además, incorpora un régimen de soberanía basado en la capacidad de declarar un estado de excepción en aras de una presunta “salud estatal”. En este punto importa señalar la descripción que hace Foucault de la transformación de la vieja operación de soberanía: mientras que esta última consistía en “hacer morir o dejar vivir”, el biopoder se transforma en el principio de “hacer vivir o dejar morir”. Consecuencia extrema de todo este proceso de administración corporal de toda la humanidad es la “nuda vida” del biologismo contemporáneo, cuyo ejemplo fue el nacional socialismo apoyado por las prácticas técnicas de la eugenesia y la eutanasia.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)