Los potenciales estudiantes de diseño no consultan los contenidos curriculares de las carreras en las que se van a inscribir sino que focalizan en sus cualidades o problemáticas particulares y luego se sorprenden por las denominaciones de las asignaturas y la carga horaria que deberán cumplir.
Por otro lado las carreras, sus responsables y las instituciones organizan sus curriculas y definen contenidos y perfiles en función de: coyunturas de un momento determinado y luego se estancan y quedan absolutamente desactualizados – en los mejores casos-, o de copiar planes de otras universidades e “importan” el currículum que ya se ha producido e implementado para otra realidad. Esta práctica externa, esencialmente técnica, que no genera participación ni debate al interior de las comunidades académicas, ha acentuado aún más el parcelamiento de las disciplinas y la fragmentación del campo.
Por tanto padecemos la ausencia de discursos o de un corpus compartido entre docentes y estudiantes donde se reflexione en conjunto y en función de la territorialidad y las particularidades de su propio universo social y productivo.
Cómo se vinculan los objetivos curriculares con su comunidad, y como articulan las disciplinas con estos objetivos está en muy pocos casos evaluado.
Desde una perspectiva crítica, al currículo se le debe atribuir una significatividad social diferente, en la que lo que aparece como fundamental es la idea de conocimiento como elemento emancipador de los sujetos, promotor de autonomía, posibilitador de rupturas con las falsas ideas y las formas coercitivas de interacción social.
Se construyen entonces currículas con limitada referencia a las necesidades sociales a las que debe responder un plan de estudios para ser socialmente útil y con ausencia de planificación de la relación aparato productivo/ aparato educativo.