El punto de partida de este trabajo, cuyo análisis se centra en la carta familiar como práctica discursiva, lo constituyen dos premisas, a saber: “el mundo sólo se nos da en interpretación lingüística” (Kutschera, 1999) y “la historicidad puede [...] concebirse como producto y mediación entre los dos universales alteridad y creatividad, lo que explica el carácter convencional de los signos, es decir el carácter variable y transitorio de las formas lingüísticas.”(Oesterreicher, 2005). Entonces, sólo conocemos la realidad si conocemos el lenguaje que el hablante usa en un contexto socio-histórico determinado. Para acceder al siglo XIX, estudiamos algunos epistolarios en tanto legados de la cultura escrita, e intentamos vislumbrar cómo el escribiente categoriza el tiempo futuro, dimensión aún no vivenciada, para explicar su polimorfismo (común en todas las lenguas románicas) en términos de motivación semántico-pragmática. Para tal propósito abordamos el corpus desde la Etnopragmática, teoría que nos permite interpretar dialécticamente la relación forma lingüística, motivación y cultura (Martínez, 2009).