Los relatos tradicionales, tal como son los cuentos de hadas, cristalizaron a través de las sucesivas generaciones de narradores de tal forma que cada uno de sus componentes –siguiendo a Bruno Bettleheim- ayuda al niño a canalizar sus emociones, violencias y frustraciones, resultando de ello un todo enriquecedor para el niño, cultural, sociológica y psicológicamente.
Hoy, las princesas se rescatan solas; las ranas besan a los príncipes para devolverles su felicidad “ranesca”; y las madrastras y lobos toman la palabra contra los siglos de tradición –esta vez, en el otro sentido- que los condena.
¿A qué responden esta subversión? ¿Es casual o causal respecto de su contexto de producción? Planteo que esta ruptura sistemática con el universo ficcional ya firmemente consolidado de los cuentos tradicionales, no hace más que acompañar y reflejar, como un medio de asimilación, los procesos de cambio vertiginoso a los que el niño, y la sociedad toda, se enfrenta día a día. Un desvío de la norma -y de las normas- que se realiza mediante la subversión temática y lingüística de dichos relatos. Para avalar mi hipótesis, trabajaré con Habla la madrastra de Patricia Suárez, y con El beso de la mujer rana de Susana Goldemberg.