La década de 1950 puede ser considerada en el plano de la arquitectura a nivel local el lapso en el que se produjo el quiebre final de lo que ha dado en llamarse la “tradición clásica” y la emergencia de lo que Harold Rosenberg denominó “la tradición de lo nuevo”, que se instalaría desde entonces de modo hegemónico y sin dar lugar al retorno de la primera. La “tradición clásica” no solo fue el modus operandi hegemónico de los arquitectos activos en Argentina hasta entonces (tanto los formados en el extranjero como los locales), sino además constituyó el “sentido común” con el que ingenieros y maestros mayores de obras abordaban el proyecto. En otros términos, “el Vignola” y los manuales de ejemplos de Planat y otros autores hoy olvidados ocupaban el lugar de L’Oeuvre Complète o Vers une architecture.
Dentro de la vigencia de esta tradición anclada en el pasado y analizando el campo de la vivienda individual urbana, coexistieron hasta la década de 1930 dos tipos bien definidos: la casa chorizo y los “palacetes” y “cottages”, que en la década de 1910 devinieron distributivamente petit hotels, mostrando una variedad de lenguajes que iban del Luis XVI al NeoTudor (las villas se hallaban en áreas periurbanas). La producción de este corpus estuvo a cargo en su mayor parte de ingenieros (Antonio U. Vilar, Juan Urrutia, Julio Barrios) -a lo que se suman figuras formadas como artistas plásticos, con especiales dotes para la arquitectura como es el caso de Reinaldo Olivieri y constructores idóneos en el segundo (los hermanos Giacobbe, Carlos Maggi, etc.). Arquitectos destacados en estas primeras décadas fueron Ceferino Corti, Emilio Coutaret y Guillermo Ruótolo.
La “tradición moderna”, por su parte, tuvo en esta ciudad sus primeras expresiones en la década de 1930 a través de casas de renta, viviendas individuales y equipamientos -como el ACA o los clubes deportivos- en las cuales se hibridaron las tipologías preexistentes, discretamente renovadas, con un lenguaje formal más próximo en general a la glamorosa serie de obras destinadas a la alta burguesía proyectadas por Mallet Stevens o la sensual tersura de algunos edificios de Scharoun o Mendelssohn que de los rigores racionalistas de la Nueva Objetividad. Aislados aportes rigoristas como la casa Renom de Hilario Zalba o la casa de Sacriste en diagonal 73 entre 47 y 48 no llegaron a constituir la regla.