Las relaciones entre psicoanálisis y literatura en la enseñanza de Jacques Lacan son complejas y variadas. Bajo diversas modalidades, que van desde el despliegue y el análisis minucioso, hasta la “referencia relámpago”, pasando por el apólogo ejemplar, la mayor parte del tiempo se sirvió de las producciones literarias en un camino que lo condujo a interrogar y a dar cuenta de problemáticas teórico-clínicas específicas según las preguntas fundamentales que orientaban cada momento de su enseñanza. Así es que las obras de Poe, Maupassant, Shakespeare, Carroll, Claudel, Breton, Duras, Wedekind, Chéjov, y tantos otros supieron encontrar en sus manos el ángulo de análisis apropiado para esclarecer problemas ligados a la repetición, la angustia, la función del padre, la transferencia, el duelo, la despersonalización y otros conceptos centrales del psicoanálisis demostrando con ello la posibilidad de hacer converger de manera fructífera la práctica de la letra con el uso del inconsciente. Sin embargo, y sin abandonar las preguntas relativas a la práctica analítica, sólo en dos oportunidades se dedicó a estudiar la creación literaria en función de sus vinculaciones con el escritor mismo: André Gide (1869-1951) y James Joyce (1882-1941). En este trabajo nos referiremos a este último “caso”, a quien Lacan le dedicara un año completo de su seminario (1975-1976) y un escrito posterior, tratando de seguir el procedimiento de búsqueda que él mismo calificara de “dar vueltas en círculos” (Lacan, El sinthome, p. 89).