La idea de un “canon” literario como constructo metonímico refiere a un recorte que, además de la búsqueda de sistematización en el estudio de las obras literarias, obedece desde su concepción a arbitrariedades que van desde las tradiciones más simples a complejas elaboraciones de índole ideológica. Roberto Ferro (1995: 4) refiere al canon como “un territorio en constante mutación” que precisa de un “poder hegemónico” para lograr una estabilidad relativa. A su vez, Ferro plantea que donde ese poder se vislumbra con mayor fuerza es, sin dudas, sobre el canon accesible para los lectores infantiles. Fundamentalmente, por la presencia de un “mediador” adulto entre los lectores y las obras disponibles.