Desde sus orígenes a principios del siglo XX, el estudio de la movilidad social ha debatido la articulación entre sistemas de movilidad social y sistemas económicos. La naturaleza de esta relación se examina en los estudios pioneros sobre movilidad social en Estados Unidos (Sorokin, 1927) y se amplía posteriormente al resto del mundo industrial de occidente (Lipset y Zetterberg, 1959). A partir de 1970, la mayor parte de los trabajos giran en torno a la llamada “hipótesis FJH” (Featherman, Jones y Hauser), la cual sostiene que los sistemas de movilidad social de las sociedades industriales occidentales son sustancialmente fluidos y homogéneos. Dicha discusión da lugar a un enfrentamiento crucial entre los sociólogos liberales y los materialistas. Para los primeros, la estructura económica industrial y postindustrial basada en el mercado, por sí misma y con mayor razón gracias a las reformas de los mercados, implica una ampliación relativamente constante de las oportunidades de movilidad social, es decir, una igualación de las oportunidades (Featherman, Jones y Hauser, 1975). Los segundos, que sostienen una diversidad de posiciones, coinciden en afirmar que dicha tendencia no existe (Goldthorpe, 1987; Erikson y Goldthorpe, 1992; Haller, 1990). Así, en estos análisis es crucial la noción de una relación estrecha entre el sistema económico y el sistema de movilidad social.