Es imprescindible, desde la formación docente, garantizar espacios donde la experiencia sensible sea la integradora de los saberes teóricos y prácticos. Se entiende que la formación es un ámbito clave para la construcción de propuestas potentes en torno de los aprendizajes que los estudiantes deben construir, primero para sí y luego, para ofrecer a sus futuros alumnos.
La Educación Maternal, como derecho en la primera infancia, reclama la presencia de un docente formado, comprometido, sensible, seguro, creativo, un docente experto, capaz de afrontar el desafío que implica el rol desde el cual acompañará a los niños en el inicio de su escolaridad. La Educación Superior se constituye en el ámbito propicio para que los futuros docentes realicen trayectorias personales enriquecidas desde el trabajo colectivo y con propuestas de cátedra significativas que tengan como eje las prácticas educativas.
Pensamos en la "experiencia", en términos de Larrosa (2003), como aquello que nos construye y nos expone, nos atraviesa. Pensamos en la necesidad de pensar y construir en la formación, situaciones de "experiencia", donde lo teórico pueda palparse, sentirse, explorarse, jugarse. Pensamos en las nanas, en las narraciones, las canciones, en los escenarios lúdicos, en la organización diaria del tiempo y del espacio. En el vínculo amoroso. Todo esto necesita "experienciarse" y es, la formación, como diría Montes: "la gran ocasión".
Se centra la mirada, entonces, en la construcción del/la docente como mediador/a de lectura, en la construcción de un ambiente alfabetizador, de un ambiente de lectura. Se pone el foco en la formación de lectores, proceso que inicia en la primerísima infancia y que debe ser “mediado” por un adulto, cuya trayectoria de formación, influirá de modo más o menos significativo a la hora de hablar, escuchar, cantar, narrar, acunar.