El aula es un espacio de experimentación continua. Crear dinamismo, despertar interés y promover aprendizajes significativos para los estudiantes, nos obliga a repensar nuestras prácticas y abordar diferentes estrategias, no sólo trazando nuevas líneas de trabajo sino también delineando objetivos y propósitos a la hora de evaluar.
La evaluación tradicional apunta frecuentemente al control o reproducción de contenidos conceptuales. ¿Por qué no plantear la evaluación como operación? ¿Por qué no pensarla como escenario en el que comienzan a desplegarse conocimientos, aptitudes, habilidades y talentos que necesariamente deben ejercitar los estudiantes en su construcción como futuros docentes? Teniendo en cuenta que los estudiantes se están formando como docentes, y entendiendo a la evaluación como operación didáctica intencional, en nuestros espacios curriculares proponemos protocolos de evaluación que generen oportunidades para que nuestros futuros colegas puedan desplegar propuestas originales, que los acerquen al trabajo áulico y principalmente donde aparezcan su impronta y estilo personal.
En las experiencias que aquí compartimos, la evaluación se piensa en tanto práctica y/o actividad a desplegar en el aula; la idea es articular contenidos específicos de la materia con algunas herramientas didáctica-pedagógicas que ponen el foco en el cómo sucederá la transmisión de un tema/problema. Acompañamos, entonces, este camino hacia un nuevo paradigma donde la evaluación no sea sinónimo de mera constatación sino de experiencia creativa – constructiva de conocimiento.
Como resultado, hemos comprobado que esta invitación ha sido muy bien recibida por los estudiantes quienes manifiestan sentirse positivamente desafiados y estimulados a pensar(se) como docentes frente a la tarea de explicar y desarrollar aquello que están estudiando.