"Qué alegría me produce hoy ver la marcha ascendente de la producción nacional, la cual se esfuerza por 'dar vida a los próceres', destacar los hechos históricos, fomentar el patriotismo, elevar los sentimientos del pueblo, deleitar con fines útiles, indicar los deberes de cada ciudadano, que son la virtud y el trabajo; condenar el desorden, el error y el vicio, y guiar a todos por el buen camino (....) Para el logro de tan altos fines se deben revestir los autores dramáticos de autoridad pública, a fin de instruir a sus conciudadanos por medio del cinematógrafo, convencidos de que la nación les confía tácitamente el cargo de censores de la multitud ignorante.
Lanza tus rayos luminosos sobre la pantalla, para que vean las bellezas de la Argentina (...) y sepan lo contentos y felices que vivimos, mostrándoles las ciudades, las instituciones, los panoramas, las vidas y costumbres , la generosidad del pueblo con el extranjero; para que vean que vivimos entre la abundancia y el progreso, que no nos faltan afectos y sentimientos, y [lo] que las provincias argentinas nos ofrecen."
De estas palabras de Julián De Aujuria, presidente de la Sociedad General de Cinematografía, una de las principales compañías locales del período silente, y productor de algunos de nuestros primeros films de ficción, se desprenden los dos principales objetivos que rigieron la producción cinematográfica argentina en sus primeros años de existencia: su idoneidad como medio para la educación patriótica y su potencialidad para la exaltación y difusión de una modernidad que comenzaba a instalarse tardía pero aceleradamente en nuestro país.